Ya no caben medias tintas. Una educación sólo puede ser considerada de calidad si es inclusiva
Resumo
Ya no caben medias tintas. Una educación sólo puede ser considerada de calidad si es inclusiva: si es una educación de todos, con todos y para todos… sin exclusiones, sin barreras, sin limitaciones. De allí es posible afirmar que el mayor reto con que tienen que enfrentarse los sistemas educativos de América Latina para incrementar sus niveles de calidad, es acabar con las graves inequidades que le corrompen desde sus cimientos.
América Latina vive un momento clave para la mejora de la educación bajo condiciones de mayor igualdad, lo cual supone un importante desafío para las políticas públicas, las escuelas, las aulas y los centros de formación del profesorado. Así, si queremos una mejora de la escuela, tiene que ser una mejora de la escuela para ser más inclusiva. Esto es, una escuela que pone en el centro de su acción la búsqueda de respuestas educativas eficaces, adecuadas a la diversidad de circunstancias y características personales de sus estudiantes. Asegurar el acceso, la participación y el aprendizaje de todos, con especial atención en aquellos más vulnerables o que, en razón de sus diferencias, se encuentran en riesgo de discriminación, exclusión y fracaso escolar, es la meta de la inclusión en educación. Una meta que no es otra que la de hacer efectivo el derecho que todos tienen a una educación de calidad.
Pero, reconozcámoslo, los pasos dados no siempre son los correctos. Aunque en la actualidad la mayoría de los países cuentan con políticas orientadas a fomentar la inclusión, son cada vez más intensas las presiones que fuerzan a una educación más elitista y selectiva, centrada en la obtención de resultados medibles a través de indicadores insuficientes, que no dan cuenta del desarrollo alcanzado por los estudiantes en su integralidad, ni menos consideran sus puntos de partida. De esta forma, persiste en demasiadas ocasiones la tendencia a considerar que la educación es un bien de mercado, que puede ser vendido y comprado, ser cedido y subrogado, incluso para obtener lucro. Y con ello, se refuerza la existencia de escuelas absurdamente competitivas que buscan la mejor “clientela” y excluyen a los que no cumplen los requisitos de entrada o los estándares durante el proceso escolar. Más aún, la fuerte presión a que están sometidas las escuelas para mejorar los resultados, sumado a la creencia de que la competición entre ellas es un factor positivo para el aumento de su nivel de eficacia, pone en mayor peligro de marginación y bajo rendimiento a los grupos más desfavorecidos o en desventaja. Para luchar contra esta tendencia, es necesario que los agentes educativos y sociales sigan trabajando, cada día con más ahínco, por conseguir una escuela más inclusiva, de calidad para todos.
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