Recoger las Voces de los y las Estudiantes para Favorecer la Inclusión
DOI:
https://doi.org/10.4067/S0718-73782022000100011Resumo
En los últimos años, “la voz del alumnado” se ha ido posicionando en la investigación, ganando visibilidad en las publicaciones científicas en el campo educativo en general, y en particular, en el área de la educación inclusiva.
En parte, podríamos atribuir la consideración de las voces al impacto que ha tenido en las políticas sociales y educativas la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, al reconocer a los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derechos, consagrando el derecho a la participación, a expresar libremente sus opiniones, a estar informados y a la libertad de pensamiento, entre muchos otros… Para Voltarelli (2018), pensar en participación es pensar en un derecho fundamental de la ciudadanía, que concibe a los niños y niñas como sujetos activos y protagonistas en la construcción y determinación de sus propias vidas. Según la autora, en una Sudamérica marcada por las desigualdades sociales y un modelo adultocentrista y paternalista, la lucha por la participación en la infancia “es una lucha contra la discriminación, la segregación social, la subordinación, entre otros elementos que configuran y limitan la posibilidad de la participación de los niños y niñas en la sociedad” (Voltarelli, 2018, p. 746). En este sentido, participar parte de la premisa que todos los niños y niñas sean bien tratados, de modo que se sientan acogidos, seguros y valorados en las interrelaciones que construyen con sus iguales y los adultos, generando espacios de diálogo que les permitan el intercambio de posiciones y opiniones, escuchar y ser escuchados, sin temores a plantear sus puntos de vista y a defenderlos, participando en las decisiones que afectan sus vidas. Esto, por decir lo menos, implica superar las concepciones profundamente arraigadas en nuestras sociedades y, por cierto, también en los espacios educativos, donde la sumisión y opresión a las expresiones de los niños y niñas son pan de cada día, lo cual exige dejar atrás las relaciones de subordinación y dependencia que se han dado históricamente, reconstruyendo las relaciones impuestas por la perspectiva adultocentrista.
Más específicamente, la participación en la vida escolar ofrece la oportunidad de identificar los intereses, expectativas y demandas de los y las estudiantes, de contribuir al desarrollo de la iniciativa, la autonomía, la autoestima y asumir responsabilidades compartidas, frente al aprendizaje y hacia una convivencia basada en los valores del respeto mutuo, la solidaridad y colaboración con los demás. En otras palabras, ofrece la oportunidad de aprender a vivir en comunidad.
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